El último gran unicornio by Clara Tahoces

El último gran unicornio by Clara Tahoces

autor:Clara Tahoces [Clara Tahoces]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: S2
ISBN: 9788417371890
editor: Ediciones Luciérnaga
publicado: 2019-03-27T05:00:00+00:00


Nuestras vivencias nos modelan…

Lo que vivimos nos condiciona.

La morada del hechicero

Lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar.

DAVID RUSSELL

—Sí —dijo el cervatillo un poco extrañado—. Efectivamente, vas en la dirección correcta para llegar a la morada del hechicero. Pero ¿en verdad estás seguro de querer ir allí?

—Sí. Lo estoy. ¿Por qué lo preguntas? —inquirió Uni.

—No sé… Nadie parece querer acercarse a ese lugar.

—¿Por qué no?

—Para empezar, el hechicero no solo es un humano, lo cual ya de por sí es un argumento de peso…, sino que encima, por si eso fuese poco, muchos afirman que hace cosas raras…

—¿Qué clase de cosas?

—No sabría decirte. Nunca estuve allí, ni quiero saberlo, la verdad. No tengo intención de ir para comprobarlo.

—Entonces ¿cómo sabes que hace «cosas raras»? —preguntó el unicornio en buena lógica.

—Eso es lo que se oye en el bosque…

Por una vez, el unicornio fue capaz de discernir lo que era un prejuicio de una opinión. Aquel cervatillo estaba juzgando al hechicero ¡y eso que ni siquiera lo conocía! Uni decidió no hacerle caso. Se limitó a seguir por el camino indicado.

Poco a poco se fue haciendo de noche. La morada del hechicero no era fácil de localizar. Sin embargo, pasado un buen rato desde que se cruzara con el cervatillo, creyó distinguir entre la oscuridad del bosque una luz tenue. Para entonces, ya se sentía completamente agotado por el viaje. Llevaba varias semanas buscando al hechicero, y aquella luz lo llenó de esperanza…

Pero ¿sería bien recibido? ¿Y si después de toda aquella caminata el hechicero en cuestión no quería saber nada de él? Determinó que solo podría saberlo si intentaba acercarse; quiso salir de dudas evitando nuevamente los prejuicios.

Se aproximó despacio hasta la pequeña luminiscencia que —al ir acercándose— comprobó que provenía de una pequeña y humilde cabaña de madera. Estaba cerrada, así que intentó llamar a la puerta dando pequeños golpes con su cuerno.

La respuesta no se hizo esperar; enseguida fue recibido por un hombre de edad indefinida. Podía tener trescientos u ochenta años; aunque tal vez, la barba blanca que lucía le hacía parecer mayor y no tenía más de cincuenta. ¡Era difícil saberlo!

Si alguien le había advertido de la llegada del unicornio, lo disimuló a la perfección. Nada en él parecía indicar que supiese que un joven unicornio, venido de tierras muy lejanas, iba a presentarse en su morada aquella noche para pedirle ayuda.

Tras llamar a la puerta agachó la cabeza —como solía hacer— para intentar ocultar su cuerno. Hacía esto desde que fuera confundido con una bestia en la aldea sedienta. Su iniciativa no tuvo mucho éxito. El hechicero, llamado Malvack, se dio cuenta, pero evitó decir nada.

—Aunque mi morada es pequeña, seguro que hay sitio para los dos —explicó sin inmutarse.

Uni estaba hambriento, pero por miedo a resultar un estorbo, no dijo nada. Malvack también se dio cuenta de esto porque al unicornio le sonaban las tripas.

—Pareces cansado y hambriento… Soy pobre y solo



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